Encarnando a Poncia, Lolita Flores sale de su zona de confort

En Palma hemos tenido oportunidad de presenciar la versión de ‘La casa de Bernarda Alba’ del Centro Dramático Nacional los días 3 y 4 de mayo en la que su director, Alfredo Sanzol, decide centrar la atención del público en la hija pequeña, Adela. Muy interesante, por cierto, este giro en la adaptación. Solamente días después, el 11 y 12 de mayo, nos iba a llegar ese monólogo dramático inspirado en la obra de Federico García Lorca, que se centra esta vez en la figura de Poncia, la criada de Bernarda Alba.

Por una vez, el Teatre Principal y el Auditórium venían a complementarse a la perfección. ‘Poncia’, además, no deja de ser una deuda que tenía el teatro con Lolita Flores puesto que años atrás el Teatro Español le ofreció a Lolita el papel de la criada Poncia pero que no pudo asumir por asunto de agenda en la versión que se estaba preparando de ‘La casa de Bernarda Alba’.

Esta es la razón de que Luis Luque fuese a fijarse en ella para el monólogo, y lo cierto es que se trató de una decisión afortunada porque en los 20 años que lleva Lolita Flores haciendo teatro, alternando obras de fuerte carácter con esas comedias destinadas, sencillamente al consumo, nunca había sido  posible verla salirse de su zona de confort para enfrentarse al papel que en mi opinión es el más importante de su carrera de actriz hasta el momento.

Luis Luque ha realizado una muy notable extracción de Poncia en el texto original de Lorca, lo ha enriquecido con un hilo argumental inesperado, y del resto se ha encargado Lolita Flores hasta cuadrar un personaje definido por sus fuertes raíces en la España profunda de 1936, al tiempo que dueña de una voz interior que cuadra con los imperativos silencios de la época.

Es importante subrayar el trabajo de Mónica Boromello en la escenografía porque va más allá de la intencionalidad de Luque, ‘una cárcel de sábanas’, para generar un espacio de soledad, que se ajusta a la perfección a detalles sobresalientes en el desarrollo de un monólogo desdoblado en reflexiones y en diálogos imaginados, en ambos casos mimetizándose Luque con Lorca.

En efecto, esas cortinas blancas que dominan permanentemente la escena, no se limitan a crear la atmósfera que envuelve a la criada, y más teniendo en cuenta ese prólogo entre sombras. Son la pared inmaculada sobre la que Poncia va escribiendo sus alegatos; también su dolor por la desaparición de Adela (las cenizas son un recurso escénico impactante), ella que era su niña bonita, y por eso mismo el dolor resulta asfixiante. Las descripciones de Luis Luque, profundamente respetuosas con la obra de Lorca, vienen a sujetar a modo de complemento perfecto sus reflexiones o notas a pie de página que van a servir para complementar, y completar, la identidad de Poncia.

El monólogo, de poco menos de ochenta minutos, se estructura en capítulos que van cerrando a negro, uno a uno, acompañándose de la música original de Luis Miguel Cobo, que si me lo permiten, y dada su naturaleza, vienen a evidenciar que estamos ante un ensayo contemporáneo. Una relectura de la obra de Federico García Lorca y explicada desde el hoy y ahora, de manera que la ‘osadía’ de Poncia cabe interpretarla como revelación de aquello que esconde la mudez del servicio: ese pensamiento crítico jamás expresado, en definitiva. Todo ello, contado a través de una actriz cuya naturaleza tiene la impronta de su legado original gitano, es decir la genuina  voz de la España profunda, que ya el autor perseguía plasmar en su obra hace casi 90 años.  

Esto es lo que me lleva a considerar que Lolita Flores se ha encontrado con un papel que cabe considerar trascendental en su trayectoria. Los matices y sutilezas, se suceden permanentemente, a lo largo del monólogo dramático, dejando en algunos pasajes unas bellísimas imágenes escénicas.

Deja un comentario