Burlando la soledad con personajes imaginarios

El 15 de junio, en función única, se representaba en el Teatro Principal de Palma ‘María Luisa’ recibida como “primera obra nueva” del dramaturgo Juan Mayorga desde que en febrero de 2022 asumiera la dirección artística del Teatro de la Abadía. Previamente, el mes de marzo del año pasado, en este mismo escenario se representó ‘Silencio’ y en ambas puestas en escena el texto y la dirección recaían en él. En cualquier caso, lo más reciente de Mayorga nos ha llegado en un momento dulce para el dramaturgo, después de recibir el Premio Princesa de Asturias de las Letras, que viene a cerrar el cuadro de reconocimientos iniciado el año 2007 con el Premio Nacional de Teatro, y continuado años después –el 2013- con el Premio Nacional de Literatura Dramática. Lo que convierte a Juan Mayorga en palabras mayores, porque los tres vienen a coincidir en valorar su exquisita capacidad de escribir y escenificar al mismo tiempo.

‘María Luisa’ es una comedia, ni tan siquiera agridulce, puesto que se crece a través de un continuado de escenas cargadas de fantasía. Lo de agridulce, vendría a cuento porque sobre el papel estamos ante una mirada, reposada, sobre la vejez, la soledad y cómo interaccionan en las tablas aquellos límites entre la realidad y la imaginación.

Creo haber leído en alguna parte que la historia le vino a Mayorga después de conversar con un portero de finca, a propósito de la conveniencia de ser precavidos con los rótulos de los buzones ante la ola de robos en viviendas  habitadas por personas solitarias. Una suerte de llamada de alarma, que le lleva al autor a construir un relato fantástico, de fantasía quiero decir, en el que afloran los mundos interiores del personaje. De manera que, María Luisa, que vemos convincentemente encarnada por Lola Casamayor, ha elegido para afrontar su soledad la compañía imaginaria de personajes variopintos, pero que son complementarios para hacer verosímiles sus vivencias nacidas del silencio.

Tenemos en escena a seis personajes, pero sólo tres de ellos son reales: el portero, la anciana y su amiga confidente. Los tres restantes viven recluidos en la mente de María Luisa, y entonces, Juan Mayorga en estado de gracia  obra el milagro de una ambigua interacción en tierra de nadie, donde acaba diluyéndose qué es realidad y qué es ficción, magistralmente sublimado en la escena final del baile, donde se le rompen los esquemas al espectador y sin necesidad alguna de violentar las reglas del juego, al darle apariencia de realidad a una atmósfera de fiesta que es la encarnación del sueño de María Luisa porque en el fondo de lo que estamos hablando es de los mecanismos de autodefensa que desarrolla el ser humano para evadirse de la soledad.

La sencillez que acompaña al desarrollo de la obra, pese a su complejidad, es precisamente lo que hace muy grande a un laureado Juan Mayorga. Sin perder de vista, por cierto, que es más que probable estar ante un ejercicio de estilo, tan apremiado por la asunción de la dirección del Teatro de la Abadía. No lo olvidemos: era su «primera obra nueva». Y el resultado, sublime.

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