La pequeña Adela esta vez señorea en ‘La Casa de Bernarda Alba’

Federico García Lorca no solamente es un icono interesado de la izquierda. Por encima de todo, es uno de los grandes poetas y dramaturgos españoles del siglo XX, cuyo interés militante por el teatro social cabría decir que se inicia en 1931, a partir de La Barraca, compañía de teatro universitario que se dedicará, prioritariamente, a la representación de obras del Siglo de Oro español, lo que viene a subrayar su amor por la literatura en mayúsculas.

‘La casa de Bernarda Alba’ (1936) corre en paralelo a los días finales de La Barraca, que no la puso en escena porque no estaba entre sus objetivos. La última representación de La Barraca fue ‘El caballero de Olmedo’, de Lope de Vega, aquel mismo año de 1936. Pasaría una década hasta su estreno en Buenos Aires contando con el apoyo de Margarita Xirgú, a quien se asocia especialmente con las obras de Lorca, siendo relevante ese encuentro entre ambos en los viajes de Lorca a América, primero Nueva York, después La Habana, y luego Buenos Aires. Así pues, ‘La Casa de Bernarda Alba’, fue presentada al mundo desde Buenos Aires. Considerada la obra maestra de Federico García Lorca, todo izquierdista que se precie acude raudo y veloz a cualquier función que le pille cerca. Digamos que es como ir a misa para un devoto católico. En cierto modo los aplausos atronadores, como ocurrió en el Teratre Principal de Palma, son equivalentes al ‘Ite, missa est’.

Dejándonos de pamplinas, lo que verdaderamente importa, de esta obra, es la descripción que hace García Lorca de la España profunda de inicios del siglo XX, desde la óptica del realismo poético empezando por la utilización del color blanco, y su progresivo deterioro, para describir aquella atmósfera  asfixiante que se respira en  la casa, y debidamente respetado en la versión del Centro Dramático Nacional que hemos visto recientemente en Palma.

La escenografía de Blanca Añón, por cierto, es de inmaculada sumisión a la voluntad de Lorca, si bien en lugar de hacer demudar el color opta por abrir una nueva versión, apelando a la escala de grises en el margen derecho que de paso, por primera vez, abre de manera explosiva el cuadro final.

Esta producción del Centro Dramático Nacional, ha encargado la dirección a Alfredo Sanzol quien ha optado por introducir el factor Adela como suma novedad, aunque en apariencia siga siendo muy fiel al relato, porque marca  bien vigente el debate entre las cinco hermanas, en especial la relación que llevará a la discordia entre Martirio y Adela, unido a la presencia asfixiante de Bernarda Alba. Por cierto, habiendo visto a Sara Baras encarnando en el pasado a ‘Mariana Pineda’ en la Temporada de Ballet (Lorca escribió sobre ella en 1925), me pregunto cómo se hubiera enfrentado al papel Bernarda.

Hay un toque de modernidad en la puesta en escena, dándole protagonismo transgresivo, con toques de humor extravagante, a María Josefa, la madre de Bernarda Alba, al tiempo que utiliza la provocación, en contraposición a la monotonía rural, en la recreación del personaje de Adela, que se suicida  después de que el público sepa que Bernarda has fallado el tiro porque “las mujeres no estamos dotadas para la puntería”.

En cualquier caso asistimos a una cautivadora puesta en escena respetuosa con el original, desde el momento en que la sucesión de encuentros en una atmósfera opresiva, con la habitación “blanquísima” lorquiana, es el reflejo de “un documento fotográfico” de la España profunda, como quiso contar el autor. La novedad, como digo, elegir a Adela como gran hilo conductor, y finalizada la obra, místico fervor del público al estilo ‘Ite Missa est’.

Qué carajo, las versiones son para ser contadas tal como las vemos.

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