‘La reina de la belleza’, ópera prima en la Irlanda profunda

‘La reina de la belleza’ trasciende el simple enfoque mediático por contar con María Galiana en el papel de la anciana Mag Folan y estar dirigida por Juan Echanove, incluyéndose además en el paquete a Lucía Quintana en la piel de la solterona Maureen, la hija-cuidadora de Mag para más señas. Por encima de todo vista la fidelidad en la adaptación de esta pieza teatral es imprescindible acercarse a su autor, Martin McDonagh, quien durante buena parte de su trayectoria ha sido dramaturgo residente en el National Theatre londinense. De hecho, a pesar de sus orígenes irlandeses nació en Londres.

Su vida de adolescente no fue fácil, al decidir sus padres regresar a Irlanda dejando en cierto sentido a su suerte a los hermanos McDonagh. Cierto es, asimismo, que ambos regresaban a Galway para pasar el verano, lo que va a resultar trascendental para el desarrollo de Martin McDonagh como autor teatral, simplemente dramaturgo o como lo queramos llamar.

Antes de continuar hablando del autor veamos qué se nos muestra sobre el escenario. En efecto vemos a la madre que depende egoístamente de su hija quien a su vez vive amargada e impotente, entrando en juego a partir de entonces un pretendiente más o   menos fiable (Javier Mora) y el hermano pequeño de éste (Alberto Fraga).

Espacio lúgubre en su penuria, muy bien reflejado en esa escenografía que viene dominada por una cristalera que en realidad es el quinto personaje en hermandad con un atrezzo que ancla los hechos en el más puro lumpen. No hay esperanza que valga, sucediéndose unos diálogos molestos que incluso pueden incomodar al espectador por su reincidente vulgaridad. Aquí viene a cuento volver a Martin McDonagh quien nos explica que se trata de unos diálogos, “que intentan reflejar la manera en la que hablamos de verdad”.

Las relaciones de madre-hija y de hija-presunto pretendiente van paralelas, solo que ensuciadas por los egoísmos de Mag Folan hasta desembocar en un final del que participan los equívocos y falsas esperanzas. No diré más. Juan Echanove desarrolla un extraordinario trabajo de dirección, ya digo que conforme a la naturaleza del relato, siempre respetando su aspereza.  No en vano la etapa inicial del dramaturgo Martin McDonagh suele enmarcarse en el llamado Teatro de Crueldad caracterizado por la brutalidad.

Volviendo a Martin McDonagh, cabe suponer que esta ópera prima suya, fechada en 1996, bebe a manos llenas de la experiencia de los veranos en familia pasados en Galway, aunque la acción se sitúa en Leenane, localidad próxima situada en la costa noroccidental de Irlanda. No está en el título en castellano de la obra, ‘La reina de la belleza’, aunque la ironía corrosiva es evidente en el original: ‘The Beauty Queen of Leenane’, lo que subraya el sentido dramático: la idea de reina de la belleza, desfigurándose en un lugar perdido de la profunda Irlanda. Esta idea viene reforzada por ser la última frase pronunciada por Maureen antes de bajar el telón. Un final abrupto.

Por si es necesario despejar dudas en un territorio bilingüe amenazado por agresiones ideológicas como el nuestro, la escena en la que madre e hija se enfrentan por el uso de la lengua vernácula, generando cierta tensión entre el público, en realidad responde a otra característica de McDonagh: el uso del dialecto local para enfatizar la vida rural irlandesa. Solamente eso.

En definitiva asistimos a una representación que es deudora de la brutalidad empleada por Martin McDonagh en sus obras iniciales ésta sin ir más lejos. Influido por Harold Pinter, esta obra sirvió a McDonagh para ser candidato al Premio Tony a la mejor obra de teatro en 1998. Queda todo dicho. Bueno, no todo queda dicho, porque no he aludido a su condición de guionista y director de cine, teniendo entre sus actores fetiche a Collin Farrell, Brendan Gleeson y Ralph Fiennes, a lo que se une que sus obras teatrales son fredcuentemente representadas en escenarios de los Estados Unidos.

Deja un comentario