‘Ana contra la muerte’ o la bajada a los infiernos del lumpen

‘Ana contra la muerte’, es un profundo distanciamiento con el modelo woke, el que dicta y rige el pensamiento progre contemporáneo, que no progresista. Aquí asistimos a la crónica de una madre desesperada ante la posibilidad de perder a su hijo por un cáncer. Luchará con las armas de que dispone, en su descarnada defensa del carácter protector de la madre, lo que entra en franca oposición al principio progre según el cual los hijos no son de los padres.

De paso es asimismo la bajada a los infiernos de las clases desfavorecidas, que ambientado en algún lugar de Hispanoamérica se convierte también en la descripción de unas carencias que son reflejo de la ausencia del derecho a una sanidad universal y eficiente. Un modelo inspirado en los vecinos del norte, donde la sanidad pública deja mucho que desear. De paso, el ahogo económico que aplasta a las clases desfavorecidas obliga a tomar medidas  extremas y la mayoría de las veces desarrolladas al margen de la ley. El narcotráfico está latente en el recorrido de la obra.

Esta es la radiografía básica que nos muestra ‘Ana contra la muerte’, antes de entrar en valoraciones propias de la dramaturgia, comenzando con una escenografía que en sí misma es la plasmación de un hábitat irrespirable en el que vemos permanentemente desdoblarse la acción en un magistral juego de roles en los que solamente la madre siempre es madre, mientras el resto de registros se los reparten las dos actrices que acompañan a la protagonista central, Gabriela Iribarren, que borda el papel de manera sobresaliente.

Todo ello a partir de la abrumadora e hiperrealista poética que recorre todo el texto de principio a final, dejando huellas de conmovedora inspiración. No es de extrañar que se presente ‘Ana y los muertos’ como ‘otra propuesta de Gabriel Calderón’ lo que viene a subrayar la autoridad literaria del autor.

Lo verdaderamente revelador es la manera de transitar por la acción, como si de un retrato enmarcado en un retablo se tratase. Nos situamos ante una descripción objetiva cuya moraleja se confía a la reflexión del espectador.

Lo digo por la trayectoria reciente de la principal actriz Gabriela Iribarren que desde el pasado febrero se encuentra al frente del área de Cultura en el Frente Amplio, partido político de Uruguay que se autodefine antirracista, antioligárquico, antiimperialista, antipatriarcal, popular y democrático. Un pleno al 15 en el paraíso ideológico de la izquierda contemporánea que no tiene nada que ver con la trayectoria histórica de la socialdemocracia, y lo digo porque el Frente Amplio dice situarse en el centroizquierda, algo que resulta difícil de encajar atendiendo a su protocolo identitario.

Dicho lo cual. Nos encontramos ante el cuarto texto dramático del laureado escritor uruguayo Gabriel Calderón, editado el 2020 en plena pandemia, y llevado a la escena por el Instituto de Actuación de Montevideo (IAM), el equivalente se diría a nuestro Centro Dramático Nacional. El IAM desde el año 2001 cuenta con una dirección colegiada tricéfala, que lidera Gabriela Iribarren contando como principales colaboradoras a las también actrices María Mendive y Marisa Betancut, ellas que son las tres vistas en el Teatre Principal de Palma interpretando esta obra de un sobrecogedor realismo.

Calderón, ganador en dos ocasiones del Premio Nacional de Literatura, en Uruguay, narra de manera descarnada el drama de una madre inmersa en el lumpen social. Ella se revela ante la inminencia de la muerte de su hijo que no acepta; que la lleva a transgredir cualquier norma en busca de esperanza en darle auxilio. La primera transgresión del pensamiento woke es priorizar la maternidad, por encima de cualquiera otra consideración.

Este dramaturgo que además firma la dirección de esta puesta en escena, se implica en la descripción de esta peculiar madre coraje empleando lenguaje directo de enorme intensidad y una poética dramática admirable, creando a lo largo del relato testimonios y estampas escénicas que son, en sí mismas, a la vez testimonios desgarradores y hallazgos estéticos indudables. Hasta llegar al alegato final de la madre (Gabriela Iribarren), sobrecogedor, donde la veremos acabar afectada y con lágrimas que emocionan al público que acaba levantándose del asiento como un resorte.

El trayecto ‘explosivo’ en España de ‘Ana contra la muerte’ comienza con su representación en Teatro de La Abadía (Madrid), despertando el interés suficiente como para prorrogar funciones y alimentar la curiosidad entre los programadores culturales, lo que sin duda ha beneficiado al público insular.

‘Ana contra la muerte’ además, es el empeño personal de Gabriela Iribarren de acercar la obra al mayor número posible de escenarios, y en este sentido el prólogo resulta revelador porque nos señala la función social del teatro.

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