Un chicle drama llamado ‘Els dies bons’

No he leído ‘Els dies bons’, primera novela de Aina Fullana que le llevó a ganar el Premi Valéncia de narrativa (2021) que imagino en cierta manera el equivalente al Ciudad de Palma de novela, salvando las distancias, claro.

En cualquier caso concurren en ella una serie de factores de interés, como su formación en Filología Catalana, que la capacita adecuadamente para la escritura, cosa distinta al talento para la autoría, aunque escribir su novela a los 24 años ya nos da una pista sobre su valía, y más teniendo en cuenta su procedencia, el Llevant de Mallorca que ha dado prestigiosas referencias a nuestra cultura, tanto en la literatura como en la música,

Sí he visto la adaptación teatral, donde casualmente o no se dan la mano la literatura –el teatro es literatura concretada en la escena- y la música, aquí encarnada mayormente en la danza y añadiendo alguna pincelada de canto o breves incursiones en la percusión utilizada como el marcador de tensión dramática o de ser conveniente, simple distribuidor de cuadros escénicos.

Seré sincero. En un primer momento me pareció asistir a un chicle-drama en el que la continuidad del relato se ha desvanecido por completo. Dicho de otra manera, un relato que no está ni se le espera, ceñido a permanentes flashes y el insistente deambular de los cinco intérpretes sobre el escenario que nunca abandonan, y de ahí, imagino, el recurso a la expresión corporal que nada aporta como contenido, pero al menos les mantiene ocupados.

Insisto en que ésta fue mi primera impresión: de desconcierto o mejor aún, de desorientación en mi elemental condición de espectador. Aunque debo reconocer que el origen del proyecto bien merece una detenida reflexión, y para empezar estamos hablando de una coproducción entre Produccions de Ferro, que dirige el actor y dramaturgo Toni Gomila, a quien admiro, y el  propio Teatre Principal de Palma, donde se ha representado el 16 y 17 de marzo. Después está la adaptación llevada a cabo entre Aina Fullana Llull y Joan Fullana Company en su condición de director. Hablamos de un actor y dramaturgo sobradamente experimentado, fundador de Corcada Teatre, de quien me han sorprendido dos montajes en especial: ‘Rinoceront’ y ‘Pessoa O que o turista debe ver’. Ha oficiado teatro dos décadas, que no es poco.

Me interesan estas reflexiones de Aina Fullana a propósito del proceso de adaptación. Primera: “Descubrí que el cerebro de Joan funcionaba mucho más por imágenes”. En efecto, la puesta en escena no deja de ser como he apuntado una sucesión de flashes, de momentos puntuales que sumados en su conjunto llenan los noventa minutos de función. Hay una segunda parte en las reflexiones de Aina que me interesa mucho más: “El resultado es un conjunto de momentos extraídos de la novela que mantienen la perspectiva de los tres personajes protagonistas, si bien la balanza se decanta a la visión de Ariadna”. Aquí sí es donde me descubro ante una actriz de 18 años, que emerge sobre la escena, con gran fuerza dramática y espectaculares dotes interpretativas. Admirable, Lulú Cormican, en el papel de Ariadna. De paso se saca partido al talento de esta joven actriz para la danza y la música.

Después tenemos la capacidad del creador de imágenes, Joan Fullana, para transmitirnos un relato coherente. Para Joan esta puesta en escena “intenta mostrar espacios mentales, vivenciales y alucinógenos que de algún modo abracen al espectador, situándole en lo que el protagonista pueda sentir en su continuo divagar por las adicciones”. No sé si a estas alturas han caído en la cuenta de que la autora del texto original valora del director decantar la balanza a la visión de Ariadna, la hija víctima de las consecuencias de la adicción que afecta a su padre (papel bien interpretado por Àlvar Triay), y el hecho de que el director prefiere sublimar la adicción del padre en busca de inocular en el público una cierta complicidad catártica. Aquí está el lio.

Visiones tan divergentes, como las de la autora y el director, son captadas igualmente por el público. Eso me permite volver a mi condición de simple consumidor de butaca y contarle a mi mascota, gato o loro, lo que he visto.

Nada más acceder a la sala te encuentras con una escenografía que bascula entre lo tremendamente kitsch y una cierta vocación verbenera, sorteando el espacio escénico unas piezas de atrezo que se irá viendo su utilidad a lo largo de la función. Ejercicios de precalentamiento que bien podían hacerse en la zona de camerinos, y solo después sabremos de su utilidad práctica.

Comienza la función. Una réplica posmoderna de La Pietà de Michelangelo (la madre, interpretada por Caterina Alorda, sostiene a la hija moribunda)  invita a ser reconocida como el prólogo a un flashback en plan ’90 minutos antes’, y puede que así sea atendiendo a ese final donde observamos a Lulú susurrando un incierto final con finos rasgueos a la guitarra.

Entremedias lo que hay es un collage de momentos sueltos, bien enlazados, y un admirable ejercicio de interpretación por parte de los cinco intérpretes elegidos para la ocasión. Interesante la coreografía discotequera compartida de vez en cuando entre Lulú Cormican y Neus Cortès quien junto con Lluìs Marquès ahí está para compartir, y desarrollar, dignos papeles secundarios.

Hay algo que en mi modesto entender solamente puede tener dos utilidades y me refiero a los minutos finales, viendo agolpar todo el atrezo, a un lado del escenario. Una explicación: dejar libre el corredor para los saludos una vez bajado el telón. Otra explicación: servir de metáfora sobre el vacío o la destrucción que provocan las adicciones en el interior del núcleo familiar.   

Me fui a casa pensando en todo ello y no sé hasta qué punto he sabido darle algún sentido a lo que vi, salvo el convencimiento de que probablemente es lícito tomarse ciertas licencias, de la misma manera que otro director puede adoptar decisiones completamente diferentes hasta puede que acertadas. Lo que nada tiene de incompatible con reconocer la energía, el buen hacer, que se  respira en todo momento. Aunque si me reencarno en Meyerhold puede que me decantase por una opción más… ¿Cómo lo diría? ¡Acabó fusilado!

Deja un comentario