Si Juan March Cencillo levantase la cabeza…

La muerte repentina de Juan March Cencillo (mayo de 1992) a los 48 años de edad, marcó además el principio del fin de Son Galcerán, la finca de su propiedad y que al no dejar descendencia pasó a su hermano Manuel, que al menos durante una década y media respetó el espíritu libre de un enclave cuyo hito histórico relevante fue albergar a la emperatriz Sissi, durante sus estancias en la isla para visitar a su primo el archiduque Luis Salvador.

Juan March Cencillo había heredado de su padre Bartolomé March Servera un espíritu bohemio, amante de las artes, de la literatura y de todo lo que se identificase con la actividad intelectual. En 1983, Editorial Olañeta publicó su libro-ensayo ‘El Archiduque: biografía ilustrada de un príncipe nómada’ que a fecha de hoy sigue estando considerado como pieza clave en relación a la figura de Luis Salvador de Austria, en efecto bienaventurado nómada y lo mismo pasó con Juan March Cencillo, quien además de viajes relevantes eligió como refugio personal sus estancias en Mallorca y Nueva York.

Desconozco si ya le venía de antes, pero no hay duda de que a partir del 83 se va a producir una profunda identificación con Luis Salvador, por cierto poco dado a visitar Son Galcerán, salvo durante las estancias de su prima.

Juan March Cencillo dejó una profunda huella en la isla y pese a pertenecer a la ‘familia innombrable’, la deriva mercantil de Son Galcerán mereció el rechazo general, primero el 2009, después en 2022, hasta llegar la sentencia judicial de días pasados. En octubre del año 2009 se procedió a subastar en Londres el mobiliario y obras de arte tanto de Son Galcerán como del Palau March, propiedades vinculadas a herederos de Bartolomé March Servera, el mecenas y coleccionista de la familia innombrable. Era el principio del fin de la época dorada de Son Galcerán, con la venta a un fondo extranjero.

Me pregunto que utilidad tiene declarar un Bien de Interés Cultural (BIC), si el providencial legado histórico acaba en la nada más absoluta. ¿Será la estructura externa, la única que permanecerá a salvo, sin importarle a nadie los latidos del devenir del tiempo generados en su interior? Un interior que observa, ensimismado, el mobiliario y obras de arte, presentes esas veladas.  Porque resulta bastante probable que hubiera conexión con los atardeceres del último cuarto del siglo XIX, incluidos paseos de Sissi por los jardines.

La prensa local reaccionó con titulares valientes: ’El refugio de la cultura, a la venta’ (DM); también UH: ‘Juan March Cencillo y las noches mágicas de Son Galcerán’. Aludir a ‘refugio de la cultura’ y ‘noches mágicas’ tenía que ver muy en especial con las Conversaciones en Son Galcerán iniciadas el año 1990. La prensa recogía años atrás que Juan “convirtió Son Galcerán en lo que llegó a ser a finales del siglo XX: una finca que hundía sus raíces en la cultura, la historia, la veneración hacia todo lo que significaba belleza y grandeza y, sobre todo, un profundo amor a Mallorca”. El mismo, sentido por Luis Salvador y Sissi, poco menos de siglo y medio antes.

La prensa local igualmente relató cuál fue el origen de estas conversaciones en palabras textuales de March Cencillo: “En lugar de organizar comidas o cenas, que en el fondo son encuentros superficiales y poco divertidos, creí más conveniente reunir a buenos conferenciantes que diesen la posibilidad de intercambiar impresiones”. Tuve una relación breve aunque intensa con Juan March Cencillo. Aquellos días de 1990 yo era el jefe del Servicio de Programas del centro territorial de Radio Nacional de España en Baleares, cuando disponíamos de dos canales 24 horas: Ràdio 4 en catalán, y Radio 5 en castellano. Imagino que atendiendo la sugerencia de Raphel Ferrer, los dos acudimos al encuentro con Juan March Cencillo en Son Galcerán, con la propuesta de grabar aquellas conversaciones para emitirlas en diferido.

La primera imagen que recuerdo, nada más llegar, es una corpulenta ‘nani’ en el férreo papel de protectora del niño Juan. Nos llevó a su presencia y se inició una fructífera conversación, que al final condujo a la aprobación. La prensa local se refería a estas conversaciones como la voluntad de reunir a personajes notables del mundo de la cultura y la sociedad, así como invitar  a amigos, periodistas e interesados en las tertulias. Conviene tener presente que en aquellos días hace casi 35 años, la familia innombrable quisiera o no generaba una abultada corte de aduladores, vaya que sí. Por ejemplo, entrar era libre, siempre y cuando tuvieses invitación, por lo general recogida en alguna de las oficinas de Banca March. ¡Siempre desaparecían! O, tal vez, eran convenientemente repartidas a los protagonistas de la corte aduladora.

Juan March Cencillo no era ajeno a ello, aunque probablemente desconocía el motivo. Así lo señalan, estas declaraciones suyas: “Como los famosos se colocan en las primeras filas para salir en la foto, parece que todo el mundo invitado es de la jet. No es mi intención, más bien me da rabia”.

La lista de conferenciantes que pasaron por los jardines de Son Galcerán es la siguiente: José Luis de Vilallonga, Fernando Díaz-Plaja, Luis Cencillo, Emilio Romero, Pitita Ridruejo, Ramón Farrán, José Carlos Llop y Andrés Ferret. De  ellos, he tenido relación con tres: el yerno de Robert Graves, el escritor José Carlos Llop, hijo del general Llop mi jefe en la mili y Andrés Ferret, de quien tengo el orgullo de haberle moderado en tertulias de Ràdio 4. Todas las conversaciones fueron retransmitidas en Radio Nacional.

Acabado el acto, seguía un refrigerio entre los jardines y los interiores de Son Galcerán, quedándome, como recuerdo, la mirada tímida de Michael Douglas y las efusivas complicidades entre Biel Mesquida y el ministro Serra. Imagino que hubo más, aunque desvanecidas en mi memoria.

Una vez finalizadas las Conversaciones, acudí con Raphel Ferrer a lugar tan emblemático de la Serra de Tramuntana para rendir conclusiones y fue entonces cuando Juan March Cencillo nos invitó a cenar en Son Galcerán.

Una de esas cenas que en palabras del anfitrión eran “encuentros de calado superficial”. En efecto, el escenario era sublime, con el servicio en guantes blancos y levita. Entre los comensales, los había de su corte aduladora, y como Raphel y yo no estábamos por la labor, hablamos claro y directo. No he olvidado los ojos escandalizados del resto de comensales. Total que una vez tocaba ir camino de la piscina junto a la torre de vigía, Juan me cogió aparte y me pidió que fuese a verle y conversar, “porque nadie me cuenta  nada de lo que pasa realmente”. Quedamos así, pero mientras llegaba una primera ocasión, murió pocos meses después. Mayo de 1992. Su hermana la vi, en varias ocasiones, en el claustro de Sant Domingo y siempre que la observaba, tenía bien presente a su admirado hermano Juan.

He contado estas pequeñas cositas, porque la venta de Son Galcerán no se puede quedar en una crónica judicial, porque es memoria viva, joder.

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